Veo a Miguel Vázquez como una rara combinación de albañil, alquimista y cocinero. Su forma de trabajar requiere una gran dosis de voluntad, un profundo conocimiento de los materiales y un dominio de la técnica.


Su relación con el trabajo cerámico es una relación directa, de las de lápiz en la oreja, mono azul y manos sucias. A Miguel Vázquez le gusta hacerlo todo con las manos, mancharse del material que utiliza. Poco importa si manipula sustancias tóxicas o no. Miguel trabaja a cara descubierta, sin guantes ni mascarilla. Pitillo en la boca y cerveza en la mesa.


Esta actitud directa en el taller, no le impide sin embargo, trabajar de forma metódica. Su rigor en la composición química de las piezas, las temperaturas de cocción y demás elementos de su proceso creativo, queda registrado en las múltiples libretas de notas que el artista guarda y utiliza de forma meticulosa.
Es en el horno donde Miguel Vázquez deja su hueco al azar. Después de decidir la composición química de la pieza, calcular sus posibilidades y tornearla o modelarla; en la cocción Miguel puede "forzar la máquina", trabajar al límite para dejarse sorprender con los resultados en el momento litúrgico de la apertura del horno. Incluso en estos casos, el resultado suele estar dentro de sus cálculos. Podemos decir que Miguel deja hacerse ilusiones al azar.


Como artista, Miguel Vázquez es de los creadores más independientes que conozco. Poco le importan los reconocimientos públicos, tener galería fija, exponer aquí o allá... todo el rigor y entrega que demuestra en su trabajo de taller, lo desprecia en esa otra faceta (tan engorrosa) del artista de nuestros días: la difusión o promoción de su obra. Supongo que a eso se debe que estemos ante uno de los escultores más interesantes del momento y que, sin embargo, apenas sea conocido fuera del especializadísimo mundo de la cerámica. En este sentido Miguel Vázquez sólo aspira a poder seguir desarrollando su trabajo con total independencia, sin concesiones, desde la libertad que da no deberle nada a nadie.


Otro rasgo muy característico de su personalidad es su carácter pasional. Miguel Vázquez es inteligente, por supuesto, pero su inteligencia funciona desde la pasión. Miguel tiene que "sentir para "entender" y esto, que parece un poco tópico, tiene mucho que ver con su forma de trabajar.


Esta personalidad, de carácter apasionado, es la que provoca un empecinamiento por comprobar por sí mismo todos los procesos que ensaya en el taller. En este sentido estamos ante un artista totalmente manual y, por tanto, ante una obra que sería impensable sin esa relación directa con el material. Incluso cuando intuye que podría llegar a resultados parecidos por caminos menos arduos, Miguel se empeña en "manualizar" todo el proceso. Es su cruz, pero posiblemente también es su grandeza. No estamos hablando por esto de un artista dogmático. Simplemente, lo que a otros podría servir, a él le resulta ajeno.

Javier Buján
Vigo, maio de 2002

 

Miguel Vázquez convive con estos virus y con un dulce patología que le obliga a crear impenitentemente. Crear obras usando cualquier medio a su alcance, sin miedo y con respeto, ya sea en forma de escultura, performance, videoacción o instalación. Personalmente creo que él es consciente de su enfermedad, y que además, como terapia usa es torrente creativo para mostrar a los demás su padecimiento.


A modo de vacuna, va dosificando sus obras donde da forma a “su virus”. Plagas que domestica y bautiza como “Virus de otoño”, “Acción vírica”, “Virus eróticos” … virus que se transforman, que cambian de apariencia con una peligrosa inocencia. Seres que no sólo enseña, sino que comparte en muchas ocasiones con quien padece su misma enfermedad.

Si yo fuese mal pensado, creería que quiere contagiarnos de ese mal que le obliga a crear, a inventar, a elucubrar, a no estarse quieto o simplemente a conversar intensamente.

Cómo si no explicar obras como “Llaveros víricos”. Obras de apariencia inocente que invitan a que nos las llevemos en el bolsillo, donde poco a poco, como un parche de nicotina, se nos va metiendo en el cuerpo.

Más descarada es incluso la intención de la instalación “Sensación vírica” . Antes, dejen que les pregunte a ustedes si han visto lo película “ Cómo ser Jhon Malkovik” del director Spike Jonze . Pues bien en esta película, el protagonista, a través de un pasadizo que hay en el piso siete y en medio de un edificio de oficinas, se introduce en el cuerpo y en la mente de Jhon Malkovik por unos momentos, siendo después escupido a la realidad. En la instalación Sensación Vírica, Miguel Vázquez pretende hacer algo parecido; busca que nos introduzcamos en su mente por unos instantes, en una sala donde los virus emanan de las paredes envolviéndolo todo. Provoca la sensación vírica de estar dentro de un enjambre de virus, estar dentro de la mente del artista. En este caso, la metamorfosis los ha llevado a tener la forma de pequeños cilindros extrusionados. Pero no se fíen, su forma puede cambiar. Al fin y al cabo la esencia de un virus es la transmutación.

Albreto Andrés.
Zaragoza, Abril de 2007

 

Cuando se encuentra algo que nos motiva y apasiona, volcamos nuestra energía para zambullirnos en ese universo desconocido.

Miguel Vázquez halló en el vasto mundo de la cerámica su canal de expresión y desde sus inicios no ha desistido en su empeño de búsqueda para forjar su propio lenguaje narrativo, manteniéndose honesto con su mundo interior para averiguar lo que sus entrañas le iban dictando.

No es tarea fácil mantener esas coordenadas, ya que son muchos los obstáculos que hay que salvar para no desviarse hacia la búsqueda del éxito, eso tan demandado para conseguir un reconocimiento efímero, razón por la que en determinados momentos, cuando las situaciones le superan, gruñe y desciende a las profundidades manteniendo batallas infernales para finalmente, resurgir de sus propias cenizas.

En sus trabajos va dejando rastros, pistas de sus inquietudes, de su sensibilidad, dedicando a cada uno de ellos tiempo, mimo y cariño, renovando sin prisas, paso a paso, su propio lenguaje formal a través de la materialización de sus emociones.

Sus Acumulaciones, Relicarios, Rejas, Ventanas, Aspas suspensivas, Comulga si puedes, Bájame la jaula Jaime, Juguetes, Víricos y un largo etcétera, transmiten sentimientos comunes a todos los humanos dentro de los códigos del lenguaje universal del arte, por lo que el espectador se siente atraído, identificado por esas formas, por no tener una lectura concreta, sino un significado amplio que cada persona descodificará según su propio sentir.

Este compromiso con su trabajo más íntimo lo hace extensible a todas sus facetas profesionales volcando con entusiasmo todo su esfuerzo en aportar información sobre las posibilidades plásticas del material cerámico, promoviendo encuentros, jornadas audiovisuales, charlas, monográficos y un largo currículo dentro de la docencia.

Pero, volviendo a la esencia de sus trabajos escultóricos y deteniéndonos en sus ultimas propuestas de la serie Víricos del latín virus, toxina o veneno, entidades infecciosas que se hallan en casi todos los ecosistemas de la tierra, vemos como sus virus se van apoderando y nutriendo de diferentes materiales y espacios, así pues es divertido observar como Miguel Vázquez juega con la alegoría (representar una idea abstracta a través de símbolos o imágenes poéticas) desgranando formas con maestría, imprimiendo a sus esculturas robustez, contundencia y poesía que evocan metafóricamente el sentir convulso de este momento histórico, visto desde una mirada juguetona.

Emilia Guimerans.
Vigo, Julio de 2011